Pero el Señor viene en nuestro auxilio, porque aunque nos hayamos separado de Él voluntariamente, quiere seguir siendo nuestro amigo y darnos lo mejor. Sin embargo, para ir a Dios hay que ir al sacerdote, que será el medio por el que se obrará el milagro de la resurrección espiritual:
Cristo vendrá a tu sepulcro (como al de Lázaro), y ordenará que se aparte la piedra, el peso que el caído se había cargado sobre la espalda. Pudo haberla removido con una sola palabra, porque cuando Cristo manda, hasta la naturaleza insensible obedece. Hubiera podido desplazar la losa del sepulcro con la silenciosa fuerza del milagro, pero quiso que fueran los hombres quienes la quitaran para que comprendiéramos que la gracia de Cristo nos libera del peso de los pecados, de esas piedras que llevan los convictos. Nuestra misión es quitar los pesos; la de Cristo, resucitar, sacar de su sepulcro a los prisioneros, después de haber roto sus ataduras.
Viendo el grave peso que oprime al pecador, Nuestro Señor Jesucristo ordena al difunto: ¡Ven fuera!, es decir, tú que yaces en las tinieblas de la conciencia, en la podredumbre de los delitos, sal de la prisión, proclama tus culpas, para que seas santificado. Con la boca confesamos para obtener la salvación (Rm 10,10). Si llamado por Cristo, manifiestas tu pecado, se romperá tu encerramiento, se quebrarán tus grilletes, aunque el hedor de la putrefacción parezca insoportable.
Y el difunto resucita y Cristo ordena que se desate al pecador: manda que le descubran el rostro, que le quiten el velo que ocultaba el verdadero prodigio operado por la gracia. Es preciso que camine con la cara descubierta, porque le han absuelto; no tiene motivo para avergonzarse quien ha recibido el perdón de sus pecados» (San Ambrosio, Sobre la Penitencia).
Llama la atención lo que dice san Juan cuando fue a resucitar a Lázaro: Jesús se conmovió en su interior y lloró, y los judíos dijeron: «¡Mirad cuánto le amaba!» (Jn 11,36). Jesús llora por el amigo que ha fallecido, y de alguna manera también llora ante el cristiano muerto por el pecado. ¡Cuánto nos quiere el Señor, y cómo debemos llorar nosotros porque le hemos hecho llorar!
PEDIR PERDÓN A DIOS
Jesús Martínez García