Necesitamos sanas las heridas. Somos los sembradores de la paz y de la esperanza en el mundo. Si no sanamos, una por una, las heridas, pronto comenzaremos a respirar por ellas, y por las heridas sólo se respira resentimiento.
El sujeto que rememora los sucesos dolorosos se parece al que toma en sus manos una braza ardiente. La persona que alimenta el rencor contra el hermano es como la que atiza la llama de la fiebre. ¿Quién se quema? ‘ Quien sufre más: el que odia o el que es odiado; el que envidia o el que es envidiado? Lo que siento en contra del hermano me destruye a mí mismo
Es ridículo que yo viva encendido en ira contra el que me hizo aquello, cuando él sigue feliz «bailando» en la vida, tan despreocupado de mí que ni siquiera le interesa si estoy vivo o muerto. ¿A quién perjudica esa ira?
La vida se nos ha dado para ser felices y hacer felices. Haremos felices en la medida que seamos felices. El padre nos puso en un jardín. Somos nosotros los que transformamos el jardín en valle de lágrimas con nuestra falta de fe, de amor y sabiduría.
Autor. Ignacio Larrañaga—Muéstrame tu Rostro