Es duro perder a un hijo no nacido o al hijo que acaba de nacer. Es más duro ver que un hijo desprecia a sus padres o los trata como un estorbo para sus «proyectos» de realización personal. Pero es inmensamente más grande una madre que ama cuando no es amada. Su hijo es siempre «su» hijo, y el amor tiene algo de locura que no comprenden ni los jueces ni los médicos ni los psicólogos.
Tal vez por eso nos sorprende Dios. Nos ama como un Padre, nos ama como una Madre. También cuando no gana nada, también cuando nos perdemos en el vacío de nuestras envidias y complejos. También cuando le damos la espalda para vivir «nuestra vida», como si El no tuviese nada que ver con nosotros.
Padre Fernando Pascual, L.C.