Ven Señor Jesús

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El salto de la fe

 

Cuando un rayo de sol entra en una habitación, lo que se ve no es la luz misma, sino la danza del polvo que recibe y revela la luz

Autor: P. Raniero Cantalamessa,

La fe tiene distintos matices de significado. Esta vez desearía reflexionar sobre la fe en su acepción más común y elemental: creer o no en Dios. No la fe según la cual se decide si uno es católico o protestante, cristiano o musulmán, sino la fe según la cual se decide si uno es creyente o no creyente, creyente o ateo. Un texto de la Escritura dice: «El que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan» (Hebreos 11,6). Éste es el primer escalón de la fe, sin el cual no hay otros.

Para hablar de la fe a un nivel tan universal no podemos basarnos sólo en la Biblia, porque ésta tendría valor sólo para nosotros, los cristianos, y, en parte, para los judíos, no para los demás. Por fortuna, Dios ha escrito dos «libros»: uno es la Biblia, el otro la creación. Uno está formado por letras y palabras, el otro por cosas. No todos conocen, o pueden leer, el libro de la Escritura, pero todos, desde cualquier latitud y cultura, pueden leer el libro que es la creación. De noche tal vez mejor, incluso, que de día. «Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento… Por toda la tierra se extiende su eco, y hasta el confín del mundo su mensaje» (Salmo 19). Pablo afirma: «Lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras» (Romanos 1, 20).

Urge disipar el difundido equívoco según el cual la ciencia ya ha liquidado el problema y ha explicado exhaustivamente el mundo, sin necesidad de recurrir a la idea de un ser fuera de él llamado Dios. En cierto sentido, actualmente la ciencia nos acerca más a la fe en un creador que en el pasado. Tomemos la famosa teoría que explica el origen del universo con el «Big Bang» o la gran explosión inicial. En una millonésima de millonésima de segundo, se pasa de una situación en la que no existe aún nada, ni espacio ni tiempo, a una situación en la que comenzó el tiempo, existe el espacio y, en una partícula infinitesimal de materia, existe ya, en potencia, todo el sucesivo universo de miles de millones de galaxias, como lo conocemos hoy.

Hay quien dice: «No tiene sentido plantearse la cuestión de qué había antes de aquel instante, porque no existe un «antes» cuando aún no existe el tiempo». Pero yo digo: ¡cómo no plantearse ese interrogante! «Remontarse a la historia del cosmos –se afirma también– es como hojear las páginas de un inmenso libro, partiendo del final. Llegados al principio se percibe que es como si faltara la primera página». Creo que precisamente, sobre esta primera página que falta, la revelación bíblica tiene algo que decir. No se puede pedir a la ciencia que se pronuncie sobre este «antes» que está fuera del tiempo, pero ella no debería tampoco cerrar el círculo, dando a entender que todo está resuelto.

No se pretende «demostrar» la existencia de Dios, en el sentido que damos comúnmente a esta palabra. Aquí abajo vemos como en un espejo y en un enigma, dice san Pablo. Cuando un rayo de sol entra en una habitación, lo que se ve no es la luz misma, sino la danza del polvo que recibe y revela la luz. Así es Dios: no le vemos directamente, sino como en un reflejo, en la danza de las cosas. Esto explica por qué a Dios no se le alcanza más que dando el «salto» de la fe.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

 

 

 

Autor: P. Raniero Cantalamessa, ofmcap


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Conversión

«Promover una espiritualidad de la comunión., exige ante todo una radical conversión a Cristo, una dócil apertura a la acción de su Espíritu Santo y una acogida sincera de los hermanos».»Vestirse de Cristo, conlleva ponerle en el centro de la vida personal y comunitaria; en el centro de las actividades didácticas y de toda otra forma de apostolado».

«El compromiso social de los cristianos laicos se puede nutrir y ser coherente, tenaz y valeroso sólo desde una profunda espiritualidad, esto es, desde una vida de íntima unión con Jesús».

«Tenemos que comprender que nuestro bien más grande es la unión de nuestra voluntad con la voluntad de nuestro Padre celestial, pues sólo así podemos recibir todo su amor, que nos lleva a la salvación y a la plenitud de la vida».

Juan Pablo II


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Orar hasta «hartar» a Dios

 

Lucas 18, 1-8. Tiempo Ordinario. Dios escuchará nuestras plegarias si somos perseverantes y no nos cansamos de presentarle nuestras peticiones.

  

Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: «¡Hazme justicia contra mi adversario!» Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: «Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme.»» Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?»

Es muy interesante lo que nos dice el mismo san Lucas al inicio de esta exhortación: «Jesús –nos refiere— para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola». El objetivo está bastante claro: quiere enseñarnos a orar siempre y con perseverancia, y a no cansarnos ante las dificultades, incluso cuando parezca que Dios no escucha nuestras plegarias

Autor: P. Sergio Córdova


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El poder de la Fe

«Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues decía: «Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré.» Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal.

Al instante Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y decía: «¿quién me ha tocado los vestidos?» Sus discípulos le contestaron: «estás viendo que la gente te oprime y preguntas: ¿quién me ha tocado?» Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa se postró ante él y le contó toda la verdad. El le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad.»
Marcos 5, 25-34


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Salmo 57

Súplica confiadaTen piedad de mí, Dios mío, ten piedad,porque mi alma se refugia en ti;yo me refugio a la sombra de tus alashasta que pase la desgracia.Invocaré a Dios, el Altísimo,al Dios que lo hace todo por mí:él me enviará la salvación desde el cieloy humillará a los que me atacan.¡Que Dios envíe su amor y su fidelidad!Yo estoy tendido en medio de leonesque devoran con avidez a los hombres;sus dientes son lanzas y flechas,su lengua, una espada afilada.¡Levántate, Dios, por encima del cielo,y que tu gloria cubra toda la tierra!


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El amor de Dios se plasma en Jesucristo

Dios no se ha contentado con decirte que te amaba; un día en el tiempo, se ha hecho hombre: un ser como tú, de carne consciente y de sangre.

No necesitas haber hecho estudios superiores para comprender lo que es un hombre. Basta que te sientas vivir, amar y llorar. Un hombre nace, vive y pasa por la tierra, y es Dios: Jesús de Nazaret, hijo de María, hijo de Dios. Si tienes alguna experiencia del Dios tres veces santo, no puedes menos de maravillarte, asombrarte, pasmarte ante este misterio de Jesús.

Es un ser que es enteramente Dios, sin ninguna reserva ni matiz. Es un ser que es enteramente hombre, sin ninguna reserva y sin ninguna merma de su humanidad: «No es tan sólo un hombre que nace en Belén, que trabaja en Nazaret, habla a las multitudes en Palestina, que grita de miedo en Getsemaní, que muere en Jerusalén: es Dios que nace, trabaja, habla, grita y muere» .. Jesús realiza el enlace de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Y para ello le basta existir, no necesita hacer más. Es ciertamente el amor de Dios para contigo lo que se plasma en Jesucristo.

Recibe en tu corazón al Verbo encarnado y escudriña sin descanso el misterio de su persona. Pídele a menudo que te sumerja en el corazón de Dios y en el corazón del hombre. Cuando tocas a Jesucristo por la fe, descubres la verdadera dimensión de tu ser de hombre transformado en casa de Dios.

Es preciso que este conocimiento de la presencia de Cristo eche profundas raíces en ti. Es el único objeto y el único fin de la oración. Si pasases todo el tiempo de tu oración pidiendo esta gracia, aceptarías los puntos de vista de Dios sobre ti. Sábete que esto que pides así con esta insistencia responde al deseo del Padre. El Padre espera que tengas tus manos abiertas y suplicantes para depositar en ellas a su Hijo.


Autor: Jean Lafrance


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La Gracia

Gracia es palabra que denota la belleza, la bondad, el encanto, el reconocimiento

Para la fe cristina la gracia encierra todos estos significados y mucho más: designa el amor que el Señor manifiesta por todos los hombres. Tal amor culmina en el don que Dios hace de su propio Hijo Jesucristo, el cual se hace hombre para que los hombres lleguen a ser hijos de Dios y herederos de sus bienes, llamados a habitar en su misma casa, el Paraíso.

La gracia, esto es, la vida divina en nosotros, es ofrecida por Dios generosamente, no se niega nunca a nuestras oraciones, y en la justa medida nos socorre en nuestras necesidades.

Los hombres tienen un solo deber: el de acogerla. Aun cuando pueda parecer increíble, a menudo el hombre no acepta este don maravilloso del amor de Dios. Pero Dios insiste y nos repite a cada uno de nosotros como al Pueblo de Israel: «Abre la boca, que te la llene» (Sal 81, 11). Ábrela, pues, de otro modo continuarás vagando por el desierto, en la estepa, y serás infeliz.

San Agustín, que había experimentado la soledad de quien está alejado de Dios, ha podido pronunciar aquellas famosas palabras: «Mi corazón está inquietud, Señor, hasta que descanse en ti».


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Confianza en el Dios que nos fortalece y anima

«Señor, apiádate de nosotros, que esperamos en ti; se nuestra fuerza cada mañana, nuestro socorro en tiempo de angustia».
Isaías 33,2

«Ánimo, hijos míos, invoquen al Señor; el los librará de la tiranía y del poder de sus enemigos. Yo espero que el Dios eterno les conceda la salvación; el Santo me ha colmado de alegría, pues la misericordia del Dios eterno y salvador está a punto de favorecerlos.»
Baruc 4, 21-22

«El Señor está con los suyos. Ellos vivirán, y su espíritu los animara; tú me curarás y me harás revivir. La amargura se me volvió paz, me libraste del sepulcro y volviste la espalda a mis pecados». Isaías 38, 16-17

«Los necesitados y los pobres buscan agua y no la encuentran; su lengua está reseca por la sed. Pero yo, el Señor, los atenderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré; haré que broten ríos en las colinas secas y fuentes en medio de los valles, transformaré el desierto en estanque, la tierra árida en manantiales de agua.»
Isaías 41, 17-18


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¿Para qué he sido creado, quién soy yo?

En la oración, plantea a Jesucristo la pregunta esencial: «¿Para qué he sido creado, quién soy yo?» En el cielo recibirás la respuesta con tu nombre nuevo, pero será siempre un secreto entre Dios y tú.

No puedes eludir la pregunta esencial para todo hombre que es la del sentido de la vida. Tienes razón en querer descubrir tu identidad sabiendo de dónde vienes y a dónde vas, y debes preguntar al Señor: «¿Quién soy yo? ¿Quién es mi padre?»

Pero al mismo tiempo, convéncete de que la respuesta no está en modo alguno cerrada de una vez para siempre, pues está ligada a tu destino eterno. Has sido hecho para el cielo, es decir para ver el rostro de Dios, y en él descubrirás tu propio rostro y tu origen vital. Será una dicha conocer quién eres. Ten la seguridad de que los pormenores de tu persona no tienen misterios para Dios y que un día carecerán de misterios para ti.

Mientras caminas en la tierra, no percibes los contornos y los rasgos de tu rostro, tienes de ellos una noción vaga, pobre e incierta, presientes algo cuyo deseo has aportado al nacer, y este deseo vaga en ti desde la infancia hasta la vejez, pero no lo posees nunca. Teresa de Lisieux decía «que pasaría su cielo haciendo bien en la tierra.» En los momentos de silencio y de paz, por encima de la ola de tus deseos y de tus pasiones, has conseguido hacer callar tu «yo» ignorante y grosero para preguntarte como Teresa: «¿Qué quisiera ser yo en el cielo?» No hablo de tu «hacer», pues entonces tu ser y tu obrar coincidirán, sino de tu ser profundo. Conozco a alguien que quisiera «ser sólo oración» (Sal 109,4) ante el rostro de Dios.

Autor: Jean Lafrance