«Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad. Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas. Cierto que ya sólo el mencionar las cosas que hacen ocultamente da vergüenza; pero, al ser denunciadas, se manifiestan a la luz. Pues todo lo que queda manifiesto es luz. Por eso se dice: Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo » (Ef 5,8-14).
«Despierta tú que duermes» nos decía el Señor. Nos animaba a ponernos en marcha, a abandonar nuestra comodidad, nuestros asuntos, nuestra economía: «levántate de entre los muertos»; ponte en marcha, muéstrate, «y te iluminará Cristo». En efecto, nosotros no podemos iluminarnos a nosotros mismos, no podemos ser luz de nadie si no es por la gracia de Cristo.
Así empieza la palabra, recordándonos de dónde venimos y quienes somos los cristianos: «en otro tiempo fuisteis tinieblas»; para que nadie se engría pues todos hemos renacido de la muerte, del pecado, no por nuestros méritos sino por la gracia derramada por la Resurrección de Cristo; y nada podemos sin él.
«Mas ahora sois luz en el Señor» decía la palabra a la asamblea, para que nadie se sienta poca cosa, que no tiene capacidad de actuar. Nos hace presente la elección que nuestro Señor ha hecho en nosotros, en cada uno de nosotros, por puro amor. Que hemos sido elegidos en función suya: «Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» dice San Pablo en 2Cor 5,15.
Por eso nos pide «vivid como hijos de la luz», y » no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas «. Por que precisamente aquel día nos habíamos reunido con el convencimiento de que realmente la sociedad estaba – está – caminando en tinieblas, y que nosotros debíamos – debemos – manifestarlo de alguna manera. Aquel acto en sí mismo daba cumplimiento ya a esta Palabra, pues la asamblea allí reunida – con una extraordinaria presencia de familias, jóvenes, niños, ancianos – fue luz de la sociedad.
Autor: Jorge Cabot