Ven Señor Jesús

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Ven Señor Jesús

Porque sin ti ya no hay paisaje
Ven Señor Jesus
porque sin ti no hay melodias
Ven Señor Jesus
porque sin ti no encuentro paz en nada
sin ti mis ojos no brillan
la vida es poca cosa sin ti
sin ti, sin ti, sin ti,
la vida es poca cosa

Ven Señor Jesus
ven pronto a mi vida
ven pronto Señor
ven pronto
porque sin ti yo no quiero la vida
ya no canto con alma
ya mis manos no sirven
ya no esucho latidos
ya no abrazo con fuerza
mi corazon no se ensancha
mi sonrisa no es plena
y todo sin ti
nada vale la pena
porque sin ti ya no me llena nada

porque sin ti todo suena vacio
sin ti todo me deja tristeza
porque sin ti yo no respiro hondo
porque sin ti todo me cansa
porque sin ti me falta todo
y me sobra todo
todo sin ti

Ven Señor Jesus
Ven pronto a mi vida
Ven pronto Señor
ven pronto

porque sin ti
no me importa mi hermano
no me importa el que sufre
porque sin ti
mi corazon es de piedra
a quien todo resvala
acostumbrada a los pobres
acomodada a su casa
sin jugarse la vida
sin gastarla por nada
sin gastarla por nada

Ven Señor Jesus
ven pronto a mi vida
ven pronto Señor
ven pronto

porque sin ti


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Oren por favor…

En todo este tiempo he conocido personas que comparten su corazón, su dolor, su esperanza, pero necesito ahora de ustedes.

Ha llegado el momento en mi vida que realmente me siento perdido, las personas que me decían amarme, quererme, me han abandonado, mi familia no ha dejado de apoyarme, son los únicos que no me han dejado solo, siento un gran vacío en mi alma, no se adonde vaya a parar, ustedes han sido sin conocerlos, la manera en que mi alma se siente útil, por que se lo que es el dolor, la soledad, la desesperación y es por eso que poco o mucho, he aportado algo al mundo, ahora necesito sus oraciones por que mi mundo se ha venido abajo

En verdad mi alma está llena de preguntas, de sentimientos encontrados, es como si me sintiera como un niño en medio del desierto, humillado, despreciado, engañado

 


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Santísima Virgen del Carmen

Súplica para tiempos difíciles

«Tengo mil dificultades:
ayúdame.
De los enemigos del alma:
sálvame.
En mis desaciertos:
ilumíname.
En mis dudas y penas:
confórtame.
En mis enfermedades:
fortaléceme.
Cuando me desprecien:
anímame.
En las tentaciones:
defiéndeme.
En horas difíciles:
consuélame.
Con tu corazón maternal:
ámame.
Con tu inmenso poder:
protégeme.
Y en tus brazos al expirar:
recíbeme.
Virgen del Carmen, ruega por nosotros.
Amén.»


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Reflexión: El sabe cómo te sientes

Un niño entró en una tienda de mascotas, buscando un perrito. El dueño de la tienda le mostró una camada de perritos en una caja. El niño miró los perritos. Levantó a cada uno de los perritos, los examinó, y los puso de nuevo en la caja.

Después de unos minutos, caminó hacia donde estaba el dueño y le dijo: «Ya escogí uno» ¿Cuánto vale? El hombre le dijo el precio, y el niño prometió volver en unos días con el dinero. «No te tardes mucho», le advirtió el dueño, «los perritos como esos se venden rápido». El niño se volvió y con una sonrisa inteligente le dijo: «No estoy preocupado, el mío estará aquí».

El niño se fe a trabajar, desyerbando, limpiando ventanas y jardines. Trabajó duro y ahorro su dinero. Cuando tenía suficiente para el perrito, volvió a la tienda. Camino hacia el mostrador y puso unos billetes. El dueño de la tienda clasificó los billetes y los contó. Después de verificar la cantidad, le sonrió al niño y le dijo: «Todo bien hijo, puedes ir a buscar tu perrito.»

El niño extendió la mano hacia la parte trasera de la caja y sacó un perrito flaco, cojo y se dispuso para irse. El dueño lo detuvo.»No te lleves ese perrito» le refutó, «Es cojo. No puede jugar. Nunca correrá contigo. No puede ir a buscar nada. Llévate uno de los sanos».»No, gracias, señor», contestó el niño. «Este es exactamente la clase de perro que he estado buscando».

Cuando el niño se volvió para salir, el dueño iba a decir algo, pero calló. De pronto entendió. Debajo de los pantalones del niño se veía un aparato para su pierna lisiada.

¿Por qué el niño quería al perro? Porque él sabía cómo se sentía. Y sabía que era muy especial. Jesús sabe cómo te sientes. ¿Estás bajo presión en el trabajo? Jesús sabe cómo te sientes. ¿Tienes más de lo que humanamente puedes hacer? El también. ¿Toma la gente más de ti de lo que puedas dar?. Jesús entiende. ¿No te escuchan tus hijos?. ¿Tus estudiantes no se esfuerzan?. Jesús sabe cómo te sientes.

Eres muy valioso para Él. Tan valioso que se hizo hombre como tú para que vinieras a Él. Cuando luchas, Él escucha. Cuando añoras, Él responde. Cuando dudas, Él escucha. Él ya pasó por eso.

Hay alguien que te aprecia por lo que eres, te acepta y te ama incondicionalmente, porque ha estado en tus zapatos.. Su nombre es Jesucristo


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La reconstrucción de Sión

14 Sión decía: «El Señor me abandonó,
mi Señor se ha olvidado de mí».

15 ¿Se olvida una madre de su criatura,
no se compadece del hijo de sus entrañas?
¡Pero aunque ella se olvide,
yo no te olvidaré!

16 Yo te llevo grabada en las palmas de mis manos,
tus muros están siempre ante mí.

17 Tus constructores acuden presurosos,
los que te demolieron y arrasaron se alejan de ti.

18 Levanta los ojos y mira a tu alrededor:
todos se reúnen y llegan hasta ti.
¡Juro por mi vida –oráculo del Señor–
que a todos ellos te los pondrás como un adorno
y los lucirás como una novia!

19 Porque tus ruinas, tus escombros
y tu país destruido
resultarán estrechos para tus habitantes,
y estarán lejos los que te devoraban.


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Consolación

En la tristeza, en la enfermedad, en el luto, en la persecución, el hombre tiene la necesidad de consolación. Sus familiares y amigos acuden a consolarlo cuando los demás lo abandonan. Pero aun esas palabras son tan solo un tenue alivio. El hombre se queda solo con su dolor. En los momentos decisivos estamos solos

En la Biblia el caso típico, símbolo de todas las desolaciones, es el abandono total de Jerusalén, arrasada, saqueada, quemada, deportada al exilio y olvidada de Dios: «Dios me ha abandonado, el Señor se ha olvidado de mi» (Is 49,14). Pero tanto el profeta Jeremías como el profeta Isaías ofrecen el libro de las consolaciones, Dios se presenta como un padre cariñoso anunciando que «por un breve instante te abandonare, pero con gran compasión te recogeré» (Is 54,1-9)

Hay ciertos momentos en que nada ni nadie es capaz de consolarnos. La desolación alcanza niveles demasiado profundos: ni amigos ni familiares ni amantes pueden llegar a esa profundidad. A veces se dan situaciones indescriptibles, incluso indescifrables par nosotros mismo, no se sabe si es soledad frustración, nostalgia, vacío o todo junto. Solo Dios puede llegar hasta el hondón de esa sima

No hay alma que no tenga la experiencia de que, hallándose en ese estado, repentinamente y sin saber cómo, uno siente una profunda consolación como si un aceite suavísimo se hubiera derramado sobre las heridas. Dios bajo sobre el alma herida como una blanca y dulce enfermera

Otras veces el hombre llega a sentirse como un niño impotente: desengaños, una grave enfermedad, un fracaso definitivo, la proximidad de la muerte… La desolación es demasiado grave, sobrepasa todas las medidas. ¿Quién podrá consolarlo? ¿El amigo? ¿la esposa? «Como una madre consuela a su niño, así los consolare yo» (IS 66,10-14) El consuelo de Dios sabe a aceite derramado que llega hasta las heridas de la desolación.

Y si la desolación es debida a la ausencia de Dios, entonces una visita de Dios es capaz de «trocar la oscuridad en la luz»; brotaran manantiales de agua y los montes se transformaran en caminos y los desiertos en jardines» (IS 43,1-4)

Muéstrame tu rostro, Ignacio Larrañaga

Editorial: San Pablo


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Si quieres, puedes

Viene a Él un leproso suplicante y de rodillas le dice: si quieres, puedes limpiarme. En estas pocas palabras encontramos una guía completísima: haremos una verdadera oración cuando apliquemos a nuestros diálogos con Dios la humildad, la fe y, sobre todo, la búsqueda de la voluntad de Dios.

Suplicante, de rodillas. Se acerca como quien se reconoce pequeño, débil, indefenso, necesitado. Es consciente de su enfermedad. No se presenta arrogante, presuntuoso. Sabe muy bien que su enfermedad no le permite esas actitudes. Era un pobre hombre, necesitado como pocos. Por eso se presenta suplicante; no exige, no obliga ni se encara con Dios. Le habla de rodillas.

Cuando oramos, debemos ver ante todo que somos nosotros quienes necesitamos de Dios. Porque estamos enfermos, débiles, indefensos. No podemos ser presuntuosos. No podemos exigir a Dios que nos escuche, pues no hacemos ningún favor a Dios al rezar o al cumplir nuestros compromisos. Debemos acercarnos a Dios conscientes de nuestra debilidad y nuestra nada. Acercarnos ante quien todo lo puede, lo abarca todo y todo lo sabe. Quien se acerca con esta humildad substancial, no exige, no obliga a Dios a que le escuche, no se deprime por no ser atendido inmediatamente, pues nunca se sintió con derecho a ello. Tan sólo expresa su petición con un: si quieres…

No se puede llamar oración, ni petición esas «amenazas» que los hombres sin fe dirigen escépticamente algunas veces contra Dios y que comprometen incluso su realeza y omnipotencia: «Si eres Dios, quítame esta enfermedad. Si realmente eres omnipotente, como dicen, sana a mi hijo. Si es verdad que me quieres ¿por qué me haces esto?…» ¡Qué diferente oración la de aquel pobre leproso, sin esperanzas, casi sin aspiraciones! Tan sólo invita a Dios a que le ayude, no le obliga.

Si quieres, puedes… Como diciendo: «estoy completamente seguro de que tú puedes hacerlo; basta que quieras».


Autor: P. Jose Luis Richard


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Reflexión: Una flor

Había una joven muy rica, que tenía todo: un marido maravilloso, hijos perfectos, un empleo donde le pagaban muy bien, una familia unida. Lo extraño es que ella no conseguía conciliar todo eso, el trabajo y los quehaceres le ocupaban todo su tiempo y su vida estaba mal en algunas áreas. Si el trabajo consumía mucho tiempo, abandonaba a sus hijos, si surgía algún problema, ella dejaba de lado a su marido… Y así, las personas que ella amaba eran siempre dejadas para después. Hasta que un día, su padre, un hombre muy sabio, le dio un regalo: una flor muy cara y rarísima, de la cual había apenas un ejemplar en todo el mundo. Y le dijo:

«Hija, esta flor te ayudara mucho más de lo que tú te imaginas! Únicamente necesitas regarla y podarla de vez en cuando, ocasionalmente conversar un poco con ella, y ella te dará a cambio ese perfume maravilloso y las más lindas flores.»

La joven la recibió emocionada, pues la flor era de una belleza sin igual. Mas el tiempo fue pasando, los problemas surgían, el trabajo consumía todo su tiempo, y su vida, que continuaba confusa, no le permitía cuidar de la flor. Ella llegaba a casa, miraba la flor y aun estaba ahí, no mostraba ningún signo de debilidad o muerte, siempre, linda, perfumada. Entonces ella pasaba sin prestarle más atención. Hasta que un día, sin más, la flor murió. Ella llego a casa y se llevo un susto! Estaba completamente muerta, sus raíces estaban resecas, sus flores caídas y sus hojas amarillas. La Joven se hecho a llorar y le conto a su padre lo que había acontecido.

Su padre entonces respondió: «Imagine que eso ocurriría, y no puedo darte otra flor, porque no existe otra igual a ella, era única, así como tus hijos, tu marido, tus amigos y toda tu familia. Todos son bendiciones que el Señor te dio, pero debes aprender a regarlos, podarlos y dar atención a ellos, pues así como la flor, los sentimientos también mueren. Tú te acostumbraste a ver la flor viva, siempre florida, siempre perfumada, y te olvidaste de cuidarla. Cuida a las personas que amas!»

Y tú?… Cuidas de las bendiciones que Dios te ha dado? Proteges esa flor, pues forman parte de las bendiciones del Señor: El nos las da, mas nosotros somos lo que debemos cuidar de ellas.


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Cárceles en las que nos encarcelamos

Los seres humanos continuamente fabricamos cárceles en las que nos encerramos nosotros mismos. Bien lo dijo Amado Nervo: «Cada día remachamos un eslabón más de la cadena que ha de aprisionarnos.»

Una de las cárceles más nefastas en la que nos encerramos es la del miedo. Algunos tememos a la enfermedad y a la muerte prematura sin saber siquiera si tal vez pasemos toda la vida sin tener que sufrirlas. ¿Qué ganamos con semejante temor? ¿Acaso no nos priva de la paz interior, aprisionándonos en una celda de preocupación constante? Cristo tenía toda la razón cuando dijo: «¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida? … Por lo tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas.» 1

Aun en el peor de los casos no tenemos que temer. Si Dios permite que nos enfermemos o que muramos prematuramente, tanto la enfermedad como la muerte prematura pueden ser experiencias que nos liberen de las preocupaciones temporales de esta vida y nos lleven a concentrar nuestra atención en un porvenir eterno.

Así que en lugar de permitir que el temor a la enfermedad y a la muerte nos aprisione, encerrándonos en una cárcel, permitamos más bien que el amor de Dios, amor perfecto que echa fuera el temor, nos libere de ese temor y nos lleve a estrenar una vivienda espaciosa como la que Dios nos tiene preparada más allá de la muerte, en la nueva Jerusalén. Allí vivirá Dios en medio de nosotros, y no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor. Pues como Dios mismo dice proféticamente en calidad de Alcalde de aquella ciudad santa: ¡Yo hago nuevas todas las cosas!

Carlos Rey